domingo, 26 de octubre de 2014

Reseña: Estado Crepuscular, de Javier Negrete


¿Te imaginas que sales una noche con intención de ligar y acabas en un planeta más o menos por donde Buda perdió el mechero con la misión de tratar psiquiátricamente a una inteligencia artificial biomecánica? ¿Y que además ese planeta está lleno de seres carnívoros semi-civilizados que odian a los extranjeros? Sería la liada padre, mucho peor que alguna especie de Colega, ¿dónde está mi coche? intergaláctico.

Estado Crepuscular, una de las primeras publicaciones de Javier Negrete (La espada de fuego, Señores del Olimpo). Ganadora del Premio Ignotus y del premio de Ediciones Gigamesh en 1994 cuya única edición física es el primer volumen de la colección Gotas (Pulp Ediciones). Una de esas raras ocasiones en las que te topas con ciencia ficción humorística e irreverente.

David Milar es nuestro hombre. Hijo y tocayo de un reputado psiquiatra, es un avezado perseguidor de faldas (con un bajo porcentaje de éxito, todo sea dicho) y caradura con suerte de ambas clases. Tiene otro buen par de cualidades: una gran facilidad para meterse en líos y el hecho de poder reunir valor para apechugar como humanamente pueda con lo que se le viene encima.

En efecto, éste antihéroe será el que acabará metido en el marrón que decíamos al principio, haciéndose pasar por su padre y viajando a Hoonai, planeta de los agresivos Kghasatsu para curar la enfermedad mental del ordenador biomecánico que rige el destino de éstos. Todo por querer acabar bajo las enaguas de una moza, aunque ni en esta tesitura se apaciguará su afinidad por la cerveza y las mujeres de buen ver. El resto del reparto lo forman un pequeño grupo de secundarios que orbitan en torno a nuestro protagonista.

La trama es bastante correcta, bien desarrollada y con sorpresas en el guión, así como un álgido final, donde vemos que hay más de lo que esperábamos tras abrir el libro. En realidad el punto fuerte está en los diálogos y reflexiones de David: plagados de chistes y guiños a temas de psicología, psiquiatría y física. La otra baza es la historia en sí; el cómo, no un héroe, sino una persona normal puede sacar fuerzas de donde sea para salvar el pellejo, todo desde un punto de vista irónico y narcisista que le da un toque especial de humor sarcástico.

Divertida, desenfadada y, por desgracia, desconocida.


"Cuando más tarde hice el análisis de aquella noche, encontré algo extraño en lo sucedido. Me había fingido psiquiatra para A) tirarme a la concupiscible Mirtila Lump con la condición de B) viajar a Hoonai, el planeta de los Kghasatshu –singular, Satshu-,y curar un alienígena loco. Podría haberme limitado a A), encontrar las lógicas satisfacciones en ello, desaparecer en la estación Sheffield y que se buscara a otro para B). Pero, y he ahí lo raro, cumplí con B), como ahora les narraré, y en cuanto a A), después de despojarme el bolsillo con los malditos Chivas, la muy pécora me dejó en la puerta de su habitación con tres palmos de NARICES."

"Los funcionarios se presentaron: Berry, físico de unificación -como yo, pero cualquiera se lo decía-, un hombretón de mostacho rubio cuya panza le ubicaba en el club de amantes del jugo de cebada fermentado. Aplicando los antiguos tipos de Kretschmer que tanto me divertían con sus ilustraciones en los libros de mi padre, lo clasifiqué como pícnico. Jorge Caniego era un leptosomático que, por lo visto, parecía limitarse sólo a la política. La tercera era Gundula Uzelsky, xenobióloga; una morena de espectacular cabellera y ardientes ojos negros que, tras repasar las caracteriologías estudiadas como el viaje, catalogué en el tipo maciza."

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